Pero, sobre todo, el peligro del estrés producido por el trabajo está en que se consume la serotonina, la hormona cerebral de la satisfacción, y eso tiene dos consecuencias nefastas que influyen en la dieta: por un lado, el descenso de la serotonia provoca al final del día una gran necesidad de comer, sobre todo hidratos de carbono u otros alimentos apetecibles pero poco saludables (el cuerpo procesa mal los carbohidratos después de las ocho de la tarde porque nuestro metabolismo funciona más lentamente), de picotear con ansia y de tragar como un lobo hambriento cualquier cosa. Por otro lado, esa tensión y el estrés acumulado a lo largo de día provocan una necesidad de autocompensación que se satisface fundamentalmente de dos formas: con la comida y con el sedentarismo.
La lógica se impone: dejar de trabajar mientras uno esté realizando una dieta debería de ser una medida de acompañamiento obligatoria de ésta. No puede ser que nos estén pidiendo que llevemos una vida sana y saludable y que nos esforcemos en mantener un peso correcto mientras se empeñan en que mantengamos uno de los hábitos que más contribuyen a deteriorar nuestra salud, trabajar.
... teflón
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