Normal. Cuando uno come el cuerpo necesita movilizar una buena parte de su sangre hasta el estómago para que se lleve a cabo el proceso de la digestión. Como sangre hay la que hay (su volumen en el cuerpo no varía y -al menos que se sepa- todavía no tiene el don de la ubicuidad), si está en un sitio no está en el otro.
Algo que, además de tirar por tierra aquello de que una cena romántica es el preludio en una intensa noche de pasión (con el consiguiente ahorro de la misma, por cierto) debería de cambiar toda nuestra estructura mental: antes de la típica –y generalmente única- pregunta (“Hola, ¿eres muerdealmohadas o soplanucas?") se hace imprescindible exigir un informe detallado (y convenientemente compulsado) sobre el horario de las últimas comidas. Evitaremos más de una sorpresa. Hasta el lunes pues.
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