3727. Martes, 16 junio, 2020

Capítulo tresmilésimo septingentésimo vigésimo séptimo: “Hay que ser un toro muy gilipollas para enamorarse de la luna, con la de vacas que hay por ahí pastando con las tetas fuera”.

A los que somos de ciudad (aunque sea de un barrio de extrarradio muy, pero muy, periférico) lo de ir al bosque siempre nos ha resultado un tanto sugerente. Además de para adoradores de satán (con sus –imagino- lúbricas ceremonias llenas de color y calor), y gente que quiere deshacerse de un cadáver, tenemos la idea de que los montes son para pasear.

Por alguna extraña razón, parece que uno tiene más paz mientras vaga bajo las hojas disfrutando de la quietud de los árboles, y hasta más metempsicosis (¡toma palabro!) para elegir filtros al subir fotos al instagram con una ardilla de fondo. Siempre, claro, con el evidente permiso de la más que escasa cobertura de estos sitios.

Eso sí, un consejo: es mejor no ir nunca con perro, todos sabemos por las pelis que son ellos los que encuentran el cadáver enterrado, algo que te puede estropear el día. Y tampoco es plan.


... forajido.

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