Se abrieron las puertas de la ciudad y empezaron a salir las señoras; la primera, la condesa Ida llevando a cuestas al conde Wëlf VI de Babiera, lo que dejó asombrados a los sitiadores, no porque una señora tan principal hiciera de porteadora sino porque “la prenda que más estimaba” la condesa fuera precisamente su marido, pero un marido que antes de encaramarse a la espalda de su esposa tuvo que acceder a que un joven membrudo, desconocido por él hasta aquel momento, se encaramara a su vez en sus propia espalda antes de que la mujer accediera a partir.
Un gesto memorable sin duda que ponía en evidencia (aparte de la buena capacidad para el acarreo de la condesa y de su “gran” corazón) que hasta en los tragos más difíciles puede surgir una hermosa solidaridad entre dos hombres... por más que, en otras circunstancias, aquel encuentro hubiera acabado en tragedia.
... perras monedas
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