Y que conste me parece muy bien que para, se supone que es su obligación. Lo que no acabo de entender es tanto preparativo. Uno, que ha visto, -por obligación nunca por devoción-, algún que otro parto, ha llegado a la conclusión de que, salvo algún incidente descontrolado que siempre puede aparecer, parir es, aparte de algo estéticamente muy desagradable, la cosa más normal del mundo y lo más importante: cuanta menos mano se le meta (y nunca mejor dicho), pues mejor.
Y claro, en cuestiones de reinas la cosa no tienen que ser distintas. Al menos nunca lo han sido. Juana la Loca, que por cierto adelantó su boda con Felipe de Hamburgo (el Hermoso) cuatro días con el único fin de saciar su pasión sexual, parió a su hijo Carlos (el que luego sería Carlos I de España y V de Alemania), en la letrina del Palacio de Gante donde la reina disfrutaba de una animada cena. Al final del banquete, la futura Reina de España comenzó a sentirse mal, pero pensó que su estado se debía a un empacho, sin saber que era el bebé quien avisaba de que estaba en camino.
Si ya en un paritorio las parturientas se encargan de ponerlo todo perdido, no quiero imaginarme la primera imagen que tuvo que ver el infante Carlos cuando aterrizó en la letrina de palacio. Menos mal que la naturaleza es sabia y uno sólo empieza a tener recuerdos a partir de los tres años. Menos mal.
Todos los "capítulos" de "tantos hombres y tan poco tiempo"
No hay comentarios:
Publicar un comentario