Capítulo tresmilésimo sexcentésimo nonagésimo quinto: “¿Si comes un brazo de gitano cagas algún anillo de oro?”
Estoy deprimido, triste, apesadumbrado, abatido, hundido en la miseria. La realidad es tozuda y se está cebando en mis esperanzas de una manera atroz y cruel. Los hechos están ahí, son los que son, y han machacado para siempre mis esperanzas.
Por eso aquí, viviendo sin vivir en mí, me siento incapaz de responder a una gran duda existencial fruto de la observación propia y de la que me llevo dando cuenta desde hace un tiempo: lo poco que aguanta un pañuelo de papel sonándote los mocos y lo que da de si el cabrón en la lavadora.
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