Muchos creen que la ausencia de sabor a cloro en las leches que consumen (o en las leches que les dan) es una garantía de calidad y pureza. Nada más equivocado. Muchas leches son sumergidas en aguas insípidas e inodoras, pero con un índice de contenido bacteriológico muy elevado precisamente por la falta del susodicho elemento químico. Los temores de todos los que se quejan del sabor a cloro en la leche son, por lo tanto, infundados. Todo aquel elemento que lleve agua -llámese vino, llámase fantanaranja- debería de saber a cloro.
Pasa lo mismo con los besos. Un beso con sabor a cloro es un beso perfectamente tolerado por cualquier organismo por débil que sea o por lánguido y desfallecido que esté en el momento de darlo o recibirlo. El sabor a cloro en la boca de una persona - que apunta una falta de gérmenes en la misma- es prueba de desarrollo en su conciencia social. Como mínimo.
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