Hasta ahora, antes de ver el magnifico publirreportaje a todo color con el que me han obsequiado, creía que los bancos no eran amigos más que de otros bancos, pensé que daban dinero sólo a los que tenían ya, y cuando daban dinero a algún desgraciado era para aherrojarlos luego con las cadenas de los deudores insolventes y lanzarlos a las ergástulas más tenebrosas. Pensaba ¡incluso! que cuando desalojaban a alguna familia a cuenta de la hipoteca lo hacían porque eran gente sin corazón que no pensaban más que en su beneficio.
¡Qué error más grande, qué –incluso- craso! Doy por bien empleada tan larga ignorancia y las tinieblas en que ha vivido porque ahora, después de visitar sus humildes, modestas y muy privadas instalaciones centrales –con centros médicos, polideportivos, guarderías, piscinas, salas de exposiciones, campo de golf… y lo que te rondaré morena) ha llegado la luz de la bienaventuranza.
¿Qué seríamos sin los bancos? Ni pensarlo quiero.
...durmiendo
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