Digan lo que digan las lenguas de vecindonas (y olé) ningún ornitólogo, -que son esos señores que se pasan la vida estudiando pájaros-, ha visto jamás a un avestruz esconder la cabeza bajo la arena para escapar de un peligro.
El animalito en cuestión usa varias estratagemas ante el acoso de un depredador. La primera es la huida: en caso de necesidad llega a alcanzar los 70 kilómetros hora. Otra maniobra, que suele usar cuando anda cuidando a sus polluelos o vigilando la puesta, es la de distraer al intruso. Ante los ojos de éste, el ave echa a correr en zigzag con las alas colgando, para simular que está herida y, por lo tanto, que es una presa fácil.
La tercera estrategia es más sutil: ante una amenaza, el avestruz se acuesta con el cuello tendido a lo largo del cuerpo para disimularlo mejor. Por un efecto de espejismo puede dar la impresión de haber desaparecido del paisaje.
Descartado lo de salircorriendo -no tengo ya edad para andar entrenándome en un cuarto y mitad de maratón. Descartado moverme en zigzag por mitad del pasillo para distraer al depredador (jefe acechando cargadito de carpetas), -se trata de no trabajar no de acabar en el psiquiátrico-. Por lo tanto, sólo me queda probar la tercera técnica de las que usa el avestruz consigue pasar desapercibido: fundirme con el paisaje. Lo intentaré, aunque me temo que el color de la mesa no ayude mucho a que los susodichos depredadores -que están a punto de abalanzarse sobre mi sedientos de soltar papeles después de unos míseros días de descanso-, no acaben localizándome. Por muy bien que me camufle. Son como hienas.
¡Puñetera manía de tener que volver al trabajo! Ya son ganas.
...pergaminos
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