Nada nuevo, ha pasado siempre y con todo. Por eso no entiendo que a estas alturas de la película sigan con la manía de meter (mantener) con calzador los tópicos gays relacionándolos con algo diferente. Sobre todo en la televisión, cada vez más abarrotada de insufrible mariconeo histérico, moderneo chorra y ñoñería de lo más pastelosa y boba. Es cargante para mis oídos tanto chillido y sobresalto con afán de llamar la atención sobre lo que no es más que una obviedad que debería pasar tan desapercibida como las demás. Ser daltónico o pelirrojo, que te gusten los helados de limón ácido más que los de chocolate no es motivo ni de orgullo ni de vergüenza, sino circunstancias personales que se aceptan o no, salvo para aquellos que las sobrellevan como una desgracia y tienen que recurrir al orgullo (en este caso entendido como amor propio, el orgullo de los pobres), para esconder su sentimiento de inferioridad. Podrá ser un problema moral para algunas personas, también están en su derecho; pero, aunque hay costumbres generales, la moral es la de cada uno y tan buena como la de cualquiera.
Lo triste de todo esto es que todavía haya que estar explicándolo.
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