Estos monjes, originarios de la antigua Grecia, practican la onfaloscopia. Sus reglas que yo tendré que cumplir desde ahora, no pueden ser más sencillas. Su único precepto impone cumplir con una técnica de oración, (a realizar sólo cuando uno la necesite), consistente en la contemplación del propio ombligo y la repetición de un nombre –el que uno a bien elija- al ritmo de la propia respiración.
Una vez satisfecho tal estado contemplativo, de tiempo variable según las necesidades que tenga cada uno, el resto del día es de libre disposición, a cargo por supuesto del Estado, que para eso tiene el deber de subvencionar organizaciones religiosas sean del tipo que sea. Y si encima resulta ser la verdadera pues con más motivo.
Lo dicho. Si, como es el caso de esta mañana, tengo un ataque místico onfalóscopico de no te menees y necesito meditar en mi misma soledad para encontrarme a mí mismo sólo van a tener que respetar mi libertad de culto sino, además, favorecerlo en todo lo que esté a su alcance proporcionándome las adecuadas condiciones. Por cierto, voy a ver si me dejan una almohada, que echar una cabezadita en una mesa de madera -por muy pulida que esté- acaba cortándoles los chakras a cualquiera. Así no hay manera de cumplir unos mínimos prefectos onfaloscópicos.
... secado rápido
Todos los "capítulos" de "tantos hombres y tan poco tiempo"
No hay comentarios:
Publicar un comentario