
Pero estábamos buscando el lado bueno del desastre. Y lo hay. Si uno empieza a sentir los ruinas musculares de la edad pensemos en positivo: un mundo nuevo se abre ante nuestros ojos, una ilimitada gama de oportunidades y un sinfín de ronroneos de placer nos aguardarán. A partir de ahora, con la misma irremediabilidad que las monjas insulinas entran en la vida de los diabéticos, podemos disfrutar con la más creíble de las excusas (nuestra salud) de fornidos cachas acariciando nuestro cuerpo: los masajistas.
¿Qué otro varón sería capaz de sobarnos ¡a la vez! la espalda, el culo y la cabeza sin estar loco o ser un pervertido gerontófilo? El que no se conforma es porque no quiere.
... promesas electorales
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