La bebíamos solo en las fiestas del pueblo de tu padre cuando una orgullosa abuela te la echaba en el vaso desde una enorme botella de plástico -en la que lo de fecha de caducidad era un concepto que ni estaba ni se le esperaba-, o en esas contadas ocasiones en las que salías con tus padres -cuando no sabían dónde dejarte-, al bar del mismo pueblo y te la ponían en un vaso... a la vez que matabas porque te dieran la "chapa". Sabía a gloria.
Por eso, y al más puro estilo ratatouille, volver a beber una fanta es revivir momentos de pantalón corto, veranos eternos y bocadillos de mortadela.
Nos hacemos menos jóvenes, es verdad, pero los (buenos) recuerdos no nos los quita nidios.

... rocambolesco.
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