3753. Viernes, 4 septiembre, 2020

Capítulo tres milésimo septingentésimo quincuagésimo tercero: ” - Oye ¿te gusta el agua? / - Sí. /- Bueno, entonces ya te gusta como el 70% de mí”.

Parece que le tengo cierto cariño –y también una cierta fijación- al supositorio. Me acuerdo de él (posiblemente porque me recuerde a mi infancia) y me da pena que esté desapareciendo. Eso es un hecho. 

Antes, los supositorios eran, aunque suene a poesíaconceptual, los bombones del ano, unos bombones que las madres depositaban con todo su cariño en un acto de amor supremo y de confianza mutua de esos los que sólo una madre era capaz de realizar. Ahora, ni las madres ni los hijos están dispuestos a tal derroche de intimidad, a tal dispendio de confianza.

Antes eran los reyes de las farmacias, su variedad era tan copiosa como la imaginación de los políticos a la hora de justificar gastos para cuadrar sus dietas. Ahora está en decadencia. Hasta los señores que hacen el diccionario pontifican sobre el supositorio mezclando lo que todos sabemos que es: una cala para facilitar la evacuación del vientre y que uno mismo se introduce con la ayuda del dedo que a uno le dé más rabia, con "pastas cónicas que pueden meterse por vaginas y uretras". Desvirtúan su esencia. Ya nada es lo que era. Aunque, de lo que no hay duda es que un supositorio es un supositorio. Escuetamente, eso. Tal y como suena. Y a disfrutarlo, que para eso es viernes.


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