La biología hace de las suyas y las ganas acaban apareciendo sí o sí. Unas ganas que hasta el más básico de los animales necesita saciar.
Ahí es justo cuando entran las prisas por darle al cuerpo lo que te está pidiendo a gritos. Y es precisamente por esas prisas -difíciles de controlar- los prejuicios se quedan a un lado y acabas haciéndolo de una forma rápida, sucia y barata..
Y no es que te sepa rico, no, es que te sabe a gloria.
Eso sí, siempre dejando manchas en la ropa.
Es curioso lo mucho que se parece comerse un kebab y hacerse una paja.

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