Se le ocurrió en 1965 a Guillermo Cabrera Infante, que la propuso en su novela Tres tristes tigres, y aunque han pasado muchos años de aquello, parece que nadie se ha atrevido a desarrollar la idea. Y mira que sería una cosa práctica, útil y sobre todo acabaría con un montón de problemas en el mundo.
Simplemente se trata de fabricar agua deshidratada que se almacena en pequeñas cápsulas ideales para llevar a cualquier sitio.
El único inconveniente es que, para usarse, debe primero ser disuelta en agua. Pero vamos, teniendo en cuenta que hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad y sobre todo que querer es poder, tampoco lo veo yo eso como un obstáculo tan insalvable.
... cantando bajo la ducha.
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