Ni eólica, ni hidráulica, ni solar, ni nuclear, ni eléctrica, ni mecánica, ni térmica... Si se pudiese aprovechar como energía la hiperactividad de los niños –y muy especialmente la de su gritos a cualquier hora y en cualquier sitio- no solo seríamos una gran potencia energética mundial sino que hasta nos sobraría para exportar y ser más ricos que los árabes esos del petróleo.
Hay un fallo. Si la idea fuera “rentable”, los niños se multiplicarían hasta el infinito y más allá, con el riesgo de acabar en una situación desesperada, que con lo que gritan no tardaría mucho en serlo. Y no sé yo si llamar, por mucho que lo pensáramos, al Herodes o al flautista de Hamelín iba a ser considerado políticamente correcto. Hay gente muy tiquismiquis.

... Roschach
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