Digo, como testimonio de parte y haciendo uso de la generalidad, que puede ser particularmente duro para ciertos hombres envejecer (me incluyo en este grupo). Y no me refiero a los achaques del cuerpo, que no distinguen ni género ni especie animal a la hora de aparecer, sino más bien de esa manía de querer cambiar la inevitable condición biológica de ser viejo.
Pero eso no es excusa para sucumbir a la tentación de apuntarse a ese escenario del abandono de la dignidad al que llaman gimnasio. Rodeado de ropa fosforescente y ceñida, espejos y la ciega testosterona sin objeto particular apuntado a todo lo que se mueva, pisar uno de ellos es, a partir de cierta edad, empezar el triste síndrome del chuiquiviejo.
Porque, por alguna extraña -y por más que nos empeñemos con los años- la única línea que puedes conservar es la del teléfono.
... animales imposibles.
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