Te echas la mano al bolsillo del pantalón, lo tocas compulsivamente varias veces y notas que no están las llaves, ni el dinero, ni el deenei. Es un momento desgarrador de esos en el que tienes todas las papeletas para que te de un infarto, dos ictus, tres taquicardias y los siete males.
Pero no suele tener mayor recorrido. Llega justo hasta que te das cuenta que te has puesto otro pantalón y lo de los bolsillos se han quedado en el anterior. Salvo que bajaras a comprar el pan en zapatillas y unas (imprescindibles) llaves también se quedaran ahí. Y entonces se te queda una cara que refleja perfectamente cómo te sientes en ese momento, un atentico gilipollas.

... frigorífico.
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