No es moco de pavo divagar sobre si fue antes el huevo o la gallina (aunque para mí sería mucho más importante otra cuestión similar que de resolverla cambiaría el sentido de la existencia humana: ¿qué fue antes el hombre o el sexo?). Y sin embargo de lo único que hablamos todo el día -y parte de la noche- es del calor que hace.
Que sí, que el calor es una cosa peligrosa, que hay hasta quien se ha muerto de eso y todo. Pero el calor, si una cosa tiene, es que genera incomodidad estés donde estés. No te puedes sentar en ningún lado, que te tumbas en el sofá y te quedas todo pegado que parece que te hallan envasado al vacío; que te levantas y parece que el mismo sofá quisiera absorberte. Y en la cama por la noche lo mismo, si pones el aire acondicionado (airefrío) resfriado al canto, si duermes con la ventana abierta te acribillan los mosquitos, y si lo haces con la ventana cerrada te pegas una sudada que parece que te hayas meado en la cama y empapado las sábana.
Dicho lo cual que quede claro: por más que nos informen de lo evidente una y otra vez todos nos hemos dado cuenta de que, por estar a finales de julio mismamente, hace calor, mucho calor.
Eso sí, a esta hora ¡hace ya un calor!, ¡bufff!

... abrelatas.
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