La gente decente se trae unos apaños en materia de erotismo que quitan el hipo. Como se sabe, toda comunidad bien organizada ronda la calle, arrastra el ala y pela la pava. Porque eso de dar calabazas y oler a puchero de enfermo, ya no se lleva. No, lo que priva en estos tiempos de participación es la lujuria amartelada y engolondrinarse durante una sola noche con el tenorio de turno o con la pichona casual. Luego salen ampollas en la conciencia y vejiguillas en las bridas del remordimiento, pero eso se lo salta uno a la torera, pues de algo valió entrenarse con el salto del tigre.
Que sí, que la ocasión la pintan calva, y mejor es comer del mismo plato que quitar los hocicos. No vaya a ser que un día nos levantemos viejos y se acabe obligatoriamente la placentera barraganería.
Y la gente decente (aquí no hay clases ni favores, pues ser decente vale por toda persona que obra de forma decente -aunque nadie sepa muy bien qué es eso-) harta ya de comprobar el contubernio general, se apunta al juego de las prendas y se pone tibia durmiendo en corazón ajeno y a la birlonga, es decir descuidadamente, puesto que ya que se vive una sola vez, hay que gastar el cuerpo a lo loco. Y eso está bien. Pero que muy bien.
Dicho sin tantas engoladas majaderías: a vivir que son dos días. ¡Coño ya!
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