Los niños de nuestra generación jugábamos en la calle, comíamos en casa con la familia, dormíamos un número razonable de horas y matábamos el aburrimiento con nuestro propio ingenio. Los de hoy dedican menos horas a jugar –aunque tengan infinidad de juguetes más-, pocos comen con la familia y, siguiendo la tendencia de sus progenitores, duermen menos. Y para que no se aburran, sus padres dedican la mayor parte del su tiempo libre a organizarles las actividades de ocio. A fuerza de querer rentabilizar el tiempo vivimos angustiados por él, pendientes de él.
Si queremos ganar la carrera del tiempo, tendremos que empezar por aprender a perderlo. Aunque sólo sea un poco.
... raíces cuadradas
Todos los "capítulos" de "tantos hombres y tan poco tiempo"
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