Merneptah, primo del Faraón por parte de madre, aunque también sobrino político y nietos ambos de abuelos consangíneos, estaba casado con su hermana de padre, que era a la vez sobrina de su madre (una de esas sobrinas de las que siempre se dice que no se sabe a quién habrá salido, pero se sabe perfectamente aunque no se pueda decir). Esta madre, a su vez, era nieta de su tío, prima de su suegro y tía de su cuñada, casada, por cierto, con un tal Nakimithu, que era pariente de no se sabe quién, aunque se sospechaba lo peor. Con lo que resultaba que su hijo era sobrino del abuelo de la madre, tío de su abuela (frívola shardana de Shardania, de quien se contaban cosas tremendas) por el segundo matrimonio de su tía con el padre del marido de una cuñada (individuo dócil y complaciente a quien se le atribuían injustamente parentescos inconfesables). Con todo lo cual resulta que la madre de Merneptah estuvo a punto de ser abuela de su marido si no hubiera sido por haber muerto antes de que se consumara el parentesco, lo que produjo serios trastornos en la familia de Abydos que se encontró de pronto con un alfarero con pluma encaramado a su árbol genealógico en calidad de madre del cabeza de familia, algo que dio lugar a largísimos pleitos. Aún así, no se pudo evitar que Merneptah resultara primo hermano de la hija de su segundo matrimonio, consuegro de su tercera mujer (que era, por cierto, cuñada y hermanastra de la primera) y le faltó el canto de un duro para ser el padre de sí mismo.
Comentando estas cosas, los egipcios pasaban una veladas muy entretenidas. Al fin y al cabo la televisión –especialmente alguna- todavía no existía.
... stop
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