Cogemos una sábana blanca, -mejor sucia por aquello de un toque de realismo-, le hacemos un agujero en medio y nos la colocamos en plan poncho. Ya tenemos la clara.
Cogemos un casco amarillo de esos que usan los obreros (si la cosa está muy mal se puede sustituir por varias servilletas unidas del mismo color) y nos lo ponemos en la cabeza. Ya tenemos la yema.
Hecho. Estamos disfrazados de huevo frito. Sólo hay que esperar a que alguien quiera mojar en nosotros.
... una boda en seis etapas
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