1168. Martes, 22 abril, 2008

Capítulo Milésimo centésimo sexagésimo octavo: "Sólo podemos temer una cosa ¡por toutatis!, que el cielo caiga sobre nuestras cabezas. Pero eso no va a pasar mañana". (Abraracurcix, jefe galo)

Sábado por la tarde, en el único canal de televisión que por aquella época emitía a esas horas, Heidi, tumbada en la pradera de los Alpes junto a Pedro, va imaginando animales a partir de las siluetas de las nubes. Al terminar el capítulo pocos fueron los que al salir a la calle no buscaron nubes con las que poder imaginar.

Lunes por la mañana, con su mala leche de siempre llega doña Isaura, "la topo". Le toca explicar los fenómenos atmosféricos y rápidamente impone su realidad: por muy de algodón que parezcan las nubes no son más que enormes y pesadas masas de agua que se sostienen en el aire gracias a la combinación de dos leyes físicas. Y el ejemplo que pone para rematar su matraca no puede ser más rotundo: si una nube se desplomara sería como si cayeran de golpe 150 ballenas azules.

Tendría toda la razón del mundo pero, al igual que los trucos de magia se vuelven gansos y chapuceros en cuanto se destripan, aquella cruel explicación mató buena parte de mi imaginación preadolescente. Podían haber esperado un poco más. Desde entonces, mirar al cielo no volvió a ser lo mismo. Nunca.

... un menú presidencial.

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