3091. Viernes, 19 mayo, 2016

Capítulo Tresmilésimo nonagésimo primero: “De vez en cuando vale la pena salirse del camino, sumergirse en un bosque. Encontrarás cosas que nunca habías visto”. (Alexander Graham Bell, 1847 - 1922; científico estadounidense).

La escena de Mickey Rourke derritiendo cubitos de hielo y comiendo cerezas del vientre cóncavo de Kim Bassinger en nueve semanas y media no era más que un juego de niños. Puestos a hacer guarradas que merece estar en la primera línea del frente es el sploshing.

La palabra puede ser muy moderna, pero la práctica de untar o untarse cosas de comer en el cuerpo para darse placer no es tan nueva. En realidad griegos y romanos ya lo practicaban, como casi todo lo que tiene que ver con estas cosas. Además ¿quién no ha tenido su momento bizarro en medio de una faena con un bote de mayonesahacendado a mano?

Pero de un tiempo a esta parte el gusanillo de lamer la miel de un ombligo, decorar pezones con natamontada o, aplastar flanes con los pecho, lo que se conoce como sploshing, empieza a tener sus reglas, sus roles y su especialización, partiendo de la premisa de que cuanto más pringoso, grasiento apestoso y colorido sea el alimento, mejor, ya que este arte - que debe su nombre a una revista inglesa llamada "Splosh" que popularizó este tipo de juego en los años 90-, trata de poner en juego todos los sentidos empezando por el tacto y el olfato.

Fácil, barato e inocente... siempre que se cumplan, eso sí, unos mínimos de seguridad. Que si resulta que eres alérgico a, qué se yo, los cacahuetes por ejemplo y te están dando cera con una buena ración del peanutbutter, tampoco es plan de acabar convulsionando en urgencias. ¡Cómo para explicarlo luego!


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