2860. Viernes, 15 abril, 2016

Capítulo Dosmilésimo octingentésimo sexagésimo: “Quiero ganar amigos y conservar los que tengo, por eso no aspiro a tener la razón”. (Zheng Xuan, 127 - 200; filósofo chino).

Se llama de mil formas pero solo hay una de usarlo. La relación de la mayoría de la gente con ellos es complicada porque siendo realistas: el coiteo es más divertido si no intervienen. Por eso, el preservativo es ese pequeño entrometido que aparece en el momento más inoportuno, cuando todo es calor y olores y tacto y lo que menos apetece es que una barrera de plástico se interponga en medio del placer. Sin embargo no usarlos es mucho más peligroso por lo que no queda otra: hay que echar mano de ellos, de esa pequeña barrera de plástico que también se interpondrá entre uno y un montón de enfermedades venéreas, desde una dolorosa gonorrea -de la que cada vez hay más casos-, hasta un ya erróneamente minimizado sida.

Nuestra relación con ellos está lejos de ser idílica y es verdad que no es recibido con aplausos cuando toca usarlo. Que si nos cortan el rollo, que si nos hacen perder sensibilidad, que si cuestan de poner. El caso es que no son populares y la cuestión es ¿por qué? ¿No hay manera de inventar unos preservativos superinovadores que acaben con todos esos incordios? ¿Es que nuestro ingenio como especie se acaba con el latex? Suena duro pero eso parece. El diseño básico de los preservativos, quitando las mariconadas de sabores o efectos frío/calor, no dista mucho de los modelos surgidos a finales del siglo XIX. Y estamos en el siglo XXI. !Anda que no ha avanzado la humanidad desde entonces!

Y en esas están los pobres, esperando pacientemente a que suene la campana, aguardando turno para salir de la trinchera. Al fin y al cabo, es algo innegable: no nos gusta usarlos, pero hacerlos siempre es sinónimo de buenas noticias.


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