2634. Lunes, 13 abril, 2015

Capítulo Dosmilésimo sexcentésimo trigésimo cuarto: “Dormir es la mejor forma de meditación”. (Tenzin Gyatso, Dalai Lama, 1932).

A pesar de su diminutivo nombre, una sombrilla es una especie de paraguas gigantesco para clavar en la arena. Tiene dos partes: lo que mismamente es el paraguas, que puede ser grande, muy grande o gigantesco (las hay que pueden sacar hasta cinco ojos a la vez), y de una barra de metal acabada en punta (que ríete tú de la lanzas de los espartanos), barra que tienes que clavar al suelo mediante el sistema taladropercutormartillohidrúalicogiratorio. Un sistema que no es simple. Decides un punto en el que poner la punta del palito y, una vez ahí, empiezas a echar todo el peso encima de la base superior del palo mientras vas dando vueltas con las manos, normalmente acompañado rítmicamente de movimiento de caderas -que esto dependiendo de quien lo haga puede dar morbo o puede darte ganas de vomitar, ya depende-, hasta que consideras que está bien sujeta, algo que por cierto, nunca ocurre.

También hay quien lo llama parasol. Lógico si creemos que, en principio, sirve para dar sombra, pero reconozcámoslo, esa es una función secundaria, función que además puede suplir cualquier señor/a gordo/a que coloquemos al lado. Para lo que de verdad sirve una sombrilla es para localizar. ¿Qué sería de nosotros si al salir del agua cien metros más allá (mínimo) de donde entramos no tuviéramos la sombrilla como referencia para volver? Por eso, y hasta que la ciencia no avance lo suficiente y vendan bañadores con gps, la verdadera función de la sombrilla no es dar sombra, no, su verdadera función es la que es. Y por eso deberían de cambiarle el nombre ya.


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