2598. Miércoles, 11 febrero, 2015

Capítulo Dosmilésimo quingentésimo nonagésimo octavo: “La belleza es poder. La sonrisa es su espada". (Charles Reade, 1814-1884, escritor británico).

Un día cualquiera te levantas, te miras al espejo, y de repente empiezas a notar un picorcillo en la garganta que te provoca echar por la boca un escupitajo verde al que solo le falta decir kikirikí porque no has visto un pollo más grande en tu vida. Te preparas un café bien cargado con cinco cucharadas de azúcar y, para acompañar, un sobrio y frugal desayuno, nada, cuatro tostadas embadurnadas en mantequilla de esas que acaban discutiendo por saber quién aguanta a quién, si la tostada a la mantequilla o la mantequilla a la tostada. Tras los dolores de espalda -acompañados de los correspondientes crujidos- por agacharte a atarte los zapatos, sales de casa y, no sin esfuerzo, te montas en el coche intentando ponerte el cinturón, que gracias al barrigón cervecero está más tenso que el tanga de una brasileña y tienen toda la pinta de que en cualquier momento le va a saltar un ojo a alguien. Llegas al trabajo y como el ascensor está estropeado (después de acordarte de la santa madre del ascensor) empiezas a subir por las escaleras. Subes al primero y todo bien, por el segundo ya vas un poco ahogado, al tercero llegas de rodillas, y ya el cuarto, la meta final, lo alcanzas haciendo la croqueta por el suelo porque te has dado cuenta de que avanzas más rápido rodando que andando.

Y de repente, sin saber por qué, te das cuenta de que ya no tienes quince años. Puta vida.


... mala sangre.

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