2486. Martes, 19 agosto, 2014

Capítulo Dosmilésimo cuadringentésimo octogésimo sexto:  "La soledad es muy hermosa... cuando se tiene alguien a quien decírselo. (Gustavo Adolfo Bécquer, 1836-1870, poeta español)

El verano es una temporada nefasta para los tristes, los solitarios, los abandonados. La soledad se manifiesta en sus formas más atroces cuando se produce en medio del alborozo general. No sólo el mundo ha decidido divertirse, es que, además se empeñan en fomentar el mito de la diversión en sus aspectos más desmadrados y con las atractivas formas de un colorido arrollador (hortera). Asimismo, los ruidos pasan de ser incómodos a estimulantes. Y hay quien se empeña en convertir los agobios del calor en un afrodisíaco.

Abrir una revista o un suplemento de verano en esta época es un insulto para los solitarios como lo es para los feos: los medios se han empeñado en llenarnos los ojos a base de cuerpos gloriosos. Triste comparación para quien sufre dentro de un físico que no le gusta. Los panfletistas del verano nunca sabrán el daño que hacen. ¿Por qué iban a saberlo, además? Su obligación es aturdirse en el bullicio y tender todas las trampas posibles a esa trampa fenomenal que el tedio.

Curiosamente, el solitario, el abandonado, no tiene siquiera la posibilidad de experimentarlo. Bastante tiene con lo suyo, que es más profundo. Del aburrimiento nos salva un buen libro, una película, aunque sea idiota, una conversación con amigos. De la tristeza también puede salvarnos alguna leve distracción, de la soledad, ni Dios.

He vuelto. Y aunque a uno le vaya moderadamente bien, nunca está de más un poco de solidaridad. Malos tiempos los del estío para los forzosos solitarios.

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