2426. Jueves, 10 abril, 2014

Capítulo Dosmilésimo cuadringentésimo vigésimo sexto: "Las vacaciones son como el amor: las anticipamos con placer, las experimentamos con incomodidad y las recordamos con nostalgia" (Evan Esar, 1899 - 1995; cómico estadounidense).

La Semana Santa está encima. Algunos preparan las maletas para celebrarla como Dios manda: cilicios para el muslo, potaje de espinacas, sábanas moradas y capirotes para las procesiones. Otros meten en la sansonite el bikini, el bronceador y la viagra. En estas sagradas fechas lo mismo puede uno disfrazarse de nazareno que correrse una juerga en Benidorm. Lo mismo puede acompañar a Ladolorosa con ojos alucinados dentro del gorro ese terminado en punta, que largarse a Ibiza para coitear como (o con) un enano. Un jefe de RR.HH. puede disfrazarse de romano con las blancas pantorrillas liadas con cinta de cuero y no pasa nada. Un empleado del mercadona puede atarse unas correas gordas en el calcañar desnudo y arrastrarlas sonando por los adoquines y ser felicitado por sus compañeros. Un corro de disciplinantes puede azotarse mutuamente los lomos en público a ritmo de trompeta y terminada la procesión irse todos a la taberna de la esquina a echarse unos lingotazos de tinto en franca armonía.

La Semana Santa española es un ejercicio puramente surrealista. Y un servidor la va a disfrutar hasta el 22 de abril. Como debe ser.


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