2124. Viernes, 16 noviembre, 2012

Capítulo Dosmilésimo centésimo vigésimo cuarto: “Cuando oigo a alguien suspirar la vida es dura, siempre estoy tentado de preguntar: ¿comparada con qué?” (Sydney Harris Sydney J. Harris1917-1986, dibujante estadounidense)

Mi abuela, una mujer que como casi todas las de su época estudiaba concienzudamente la elasticidad de los mofletes de sus nietos, y tenía vasos de nocilla como vajilla casera lo repetía siempre mientras se cruzaba la bata como hacía cada vez que tenía algo importante que decirnos: hombre apañado, maricón asegurado.

Una afirmación a la que el tiempo parece quitarle la razón. Científicos de la Universidad de California han revelado que los varones que limpian y planchan son mucho más atractivos a los ojos de las mujeres que el resto. Unas mujeres que siempre se mostrarán más cariñosas con los hombres capaces de realizar por sí mismos y sin que nadie los mande, las faenas domésticas.

Viendo el estudio entiendo el morbo que los chicos que limpian -mismamente- piscinas despiertan en el sexo femenino. Y empiezo a entender mi pereza absoluta a realizar cualquier tipo de semejantes trabajos. No es por vagancia, es simplemente un sencillo mecanismo de defensa que desarrolla mi habitual y crónica aversión hacia el otro sexo.

Menos mal que uno es normal y le gustan los tíos. Apañado iba si fuera de otra manera.


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