1977. Martes, 28 febrero, 2012

Capítulo Milésimo noningentésimo septuagésimo séptimo: “A buen precio vendo discurso de toma de posesión. Magnífica ocasión”.

Partiendo de que cualquier disculpa es ley para no darpaloalagua, el pasado jueves visité la ciudad financiera del Banco de Santander. ¡Y qué contento vine! Todas mis preocupaciones eran vanas, hanse evaporado, desaparecido, disuelto. Ahora, sé que tengo un banco amigo que vela por mí y me ama. Sé que si quiero comprar un coche él vendrá y me sacudirá la pasta, como si fuera un tío rico de América. Sé que si quiero montar una academia de idiomas con profesores de latín nativos, miel sobre hojuelas: mi banco me da tela para todo y gracias a él prosperará mi inversión hasta el infinito y más allá.

Hasta ahora, antes de ver el magnifico publirreportaje a todo color con el que me han obsequiado, creía que los bancos no eran amigos más que de otros bancos, pensé que daban dinero sólo a los que tenían ya, y cuando daban dinero a algún desgraciado era para aherrojarlos luego con las cadenas de los deudores insolventes y lanzarlos a las ergástulas más tenebrosas. Pensaba ¡incluso! que cuando desalojaban a alguna familia a cuenta de la hipoteca lo hacían porque eran gente sin corazón que no pensaban más que en su beneficio.

¡Qué error más grande, qué –incluso- craso! Doy por bien empleada tan larga ignorancia y las tinieblas en que ha vivido porque ahora, después de visitar sus humildes, modestas y muy privadas instalaciones centrales –con centros médicos, polideportivos, guarderías, piscinas, salas de exposiciones, campo de golf… y lo que te rondaré morena) ha llegado la luz de la bienaventuranza.

¿Qué seríamos sin los bancos? Ni pensarlo quiero.



...durmiendo

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