1881. Jueves, 22 septiembre, 2011

Capítulo Milésimo octingentésimo octogésimo primero: "El porvenir de un hijo es siempre obra de su madre" (Napoleón Bonaparte, 1769-1821; emperador francés)

Haciéndome eco del pálpito de la opinión, creo prestar un servicio a la comunidad reflejando aquí la angustia de una madre que, hace muy poco y en sitio que no hace al caso, me confiaba sus profundas preocupaciones. "¿Hay -decía- todavía, realmente, buenos partidos?".

Miles de madres han enseñado sus hijas, paciente, abnegadamente, el arte de la cocina, la charla intrascendente y otras muchas habilidades (!algunas hasta el bordado!) con las miras puestas en los buenos partidos. Muchachos ejemplares y píos, aspirantes a ejecutivos encorbatados, borjamaris serios y formales, con sus papeles debajo del brazo y dispuestos a contraer matrimonio canónigo y a ser viriles cariátides de la sociedad y la familia.

Y este es el asunto: ¿existen esos chicos maravillosos? Muchas madres han criado con el esmero más exquisito a sus hijas y luego se han encontrado con un yerno con unas melenas hasta las ingles, apestando a petardo, a lo mejor, incluso ganándose la vida pintando cosas que nadie entiende o tocando guitarras de calambre en antros de perdición.

El problema se ha planteado en toda su crudeza en estos últimos tiempos en que todos los valores que sostenían nuestra civilización han comenzado a tambalearse peligrosamente. No hace falta describir el desencanto y la pena de estas madres amantísimas, su profunda desazón, su inexplicable inquietud.

Al menos, que sepan que sí, que compartimos su angustia. !Hombre ya!



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