1851. Martes, 28 junio, 2011

Capítulo Milésimo octingentésimo quincuagésimo primero: "Cuando veas un gigante, examina antes la posición del sol, no vaya a ser la sombra de un pigmeo" (Georg Friedrich Philipp Freiherr von Hardenberg, 1772-1801; poeta alemán)

Cuando yo era joven, y llegaba el verano, las gentes huían hacia el norte para no notarlo. El sol era para los pobres y para los negros, que entonces eran malos, y se les podía llamar salvajes y antropófagos sin que nadie mentara el trabajo de tu madre. Un poeta por aquel entonces, casi de mi época, un tal Quevedo decía del sol: "Bermejazo platero de las cumbres a cuya luz se espulga la canalla". Sólo los pobres se iban a Alicante, donde hacía calor. Y es que no les importaba parecer negros, porque ya eran pobres. Cuando uno no era canalla, se iba a San Sebastián, a Santander, o La Coruña, porque allí no había peligro de ponerse moreno y parecer un negro o un pobre. Además, como allí hacía frío, las mujeres no se desnudaban, como ahora, y eso era una gran ventaja, porque las mujeres, ahora, se desnudan: y cuando se desnudan se quedan en nada. Entonces todavía comían.

Eran otros tiempos.




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