1784. Viernes, 11 marzo, 2011

Capítulo Milésimo septingentésimo octogésimo cuarto: “Aquel que defectos tenga que disimule los ajenos” (José Hernández, 1834-1886; escritor argentino)

Mea Culpa. Y, al contrario de los que muchos (de la logse/fp) pudieran pensar, no es un insulto. ¡Qué va! Hoy voy a hablar de mí. Sí, ya se que suena como el culo, pero otros, con renombre y probada solvencia, lo utilizan como recurso y hasta les dan premios. A lo que iba. Voy a desnudarme, en el sentido moral del término, ante todos lo que sean capaces de leer esto. Tengo que confesarlo: ¡pero que bien se lo pasa uno con los pies!”.

La cosa viene por leer. Cosa no buena a estas edades ya que, aparte fomentar la presbicia, hace que te despierte cierta curiosidad por temas profundos. Por ejemplo cuando te enteras que, según una vieja técnica utilizada por las geishas japonesas, chupando el dedo del pie, un hombre puede llegar al orgasmo sin necesidad de tocar ni estimular nada más. O una mujer, digo yo. Todo se debe a una cuestión de reflexología podal. Normal.

Claro que una cosa es que a uno le guste ponerse verraco (cerdomachoreproductor) a través de la estimulación oral de los pies y sus deditos, y otra cosa es que dicha práctica se convierta en una obsesión. O no. Que, como cada vez que salen estos temas, me acuerdo de un pisicólogo, inglés él, Havelock Ellis, que decía algo que suena a perogrullada pero que no es tanto si pensamos que hasta hace nada la Asociación Estadounidense de Psiquiatria consideraba desviado a todo acto que no consistiera en la introducción del pene en la vagina. Ellis decía: “todas las personas no son como usted, ni como sus amigos o vecinos. Incluso sus amigos y vecinos pueden no ser tan semejantes como usted supone”.

Vamos, que para gustos, colores. Pues eso: ¡pero que bien se lo pasa uno con los pies!



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