1752. Miércoles, 26 enero, 2011

Capítulo Milésimo septingentésimo quincuagésimo segundo: “La bebida apaga la sede, la comida satisface el hambre, pero el oro jamás calma la avaricia" (Plutarco. 50 - 120; ensayista griego)

Corría el año 1138 cuando Conrado III de Alemania puso sitio a la ciudad de Winsberg, que le había salido güelfa, anunciando que pasaría a cuchillo a todos sus habitantes; pero cuando al fin la ciudad fue obligada a rendirse por falta de víveres condescendió el rey a dejar salir a las mujeres, aunque sin otro equipaje que “las prendas que más estimaran”.

Se abrieron las puertas de la ciudad y empezaron a salir las señoras; la primera, la condesa Ida llevando a cuestas al conde Wëlf VI de Babiera, lo que dejó asombrados a los sitiadores, no porque una señora tan principal hiciera de porteadora sino porque “la prenda que más estimaba” la condesa fuera precisamente su marido, pero un marido que antes de encaramarse a la espalda de su esposa tuvo que acceder a que un joven membrudo, desconocido por él hasta aquel momento, se encaramara a su vez en sus propia espalda antes de que la mujer accediera a partir.

Un gesto memorable sin duda que ponía en evidencia (aparte de la buena capacidad para el acarreo de la condesa y de su “gran” corazón) que hasta en los tragos más difíciles puede surgir una hermosa solidaridad entre dos hombres... por más que, en otras circunstancias, aquel encuentro hubiera acabado en tragedia.



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