1740. Lunes, 10 enero, 2011

Capítulo Milésimo septingentésimo cuadragésimo: “Una noche, cuando aún estaba en los brazos de la niñera, quise tocar la cafetera, que estaba hirviendo alegremente. La niñera me lo hubiese impedido, pero mi madre dijo ‘Déjale que la toque’. Así que la toqué… y esa fue mi primera lección del significado de libertad” (John Ruskin, 1819 - 1900; escritor británico)

Salvo para las imprescindibles obligaciones familiares (que no han sido pocas) estas navidades apenas me he movido de casa. Y ahora no tengo nada que contar. A mí lo que más me gusta de viajar es contarlo, si yo no pudiera contarlo, por la razón que fuera, yo no me atizaba todo el rollo ese del viaje, y del control del aeropuerto, que te tratan como si fueras un delincuente pasando descalzo mientras aquello no deja de sonar porque las botas, aunque las lleves de la mano, siguen siendo un arma de destrucción masiva. Yo viajo para contarlo, en eso se me escapa que soy un poco paleto; porque cuando la gente tiene clase, o para decirlo de una forma más desagradable, cuando la gente es pija, te deja caer que ha viajado pero de una forma muy sutil. Por eso, cuando esta mañana nada más entrar al trabajo alguien me ha comentado “pues el viernes, cenando en la Quinta, ya me avisó Pablo que no está el horno para bollos”, no se me ha ocurrido otra cosa que preguntar "¿Y qué es la Quinta? ¿Ese restaurante manchego que han puesto en la carretera de Fuenlabrada?"

¡Por Dios!, cuando alguien con clase nos habla de la Quinta nos está situando en la Quinta avenida de la ciudad that never sleeps. Hay que ser cateto para no darse cuenta. A ver si aprendo y la próxima vez no quedo como un cenutrio desconsiderado que está completamente out. Sea eso lo que sea.



... quien fue a Sevilla

Todos los "capítulos" de "tantos hombres y tan poco tiempo"

No hay comentarios: