1731. Viernes, 10 diciembre, 2010

Capítulo Milésimo septingentésimo trigésimo primero: “Lo más difícil de digerir en un banquete es la pata de la mesa que nos ha tocado en suerte” (proverbio italiano)

Más tema de ayer aplicado, por cumplir la tradición, al viernes. Y es que, aunque a muchos les sonará a ciencia ficción, cada vez estoy más seguro que cuanto más, mejor. Edad, digo. Por más que intenten vendernos la moto de que con el paso de los años el pene se convierte en una especie de árbol de navidad porque el apetito y la capacidad de disfrute va disminuyendo, nanay. Ni desaparece el deseo ni la capacidad de satisfacerlo Cumplir años no significa retirarse de los escenarios, ni tan siquiera reducir el número de funciones. Puede ser un mecanismo de autodefensa, pero la verdad es que esto cada vez se pone más interesante. Lo dice la ciencia, que es verdad, tal y como está la ciencia tampoco es ninguna garantía, pero también lo dicen los propios interesados.

En un pueblo de Gales unos investigadores de la revista Medical Journal llevaron a cabo un experimento empírico de lo que tanto me gustan (nunca he sabido muy bien que significa empírico, pero ¡anda y que no queda serio decirlo!). Hicieron un chequeo completo a 918 hombres de entre 45 y 59 años. Además se les preguntó sobre la frecuencia con la que tenían relaciones. Los datos oscilaron entre los que hacían el amor cada día y los que no lo hacían nunca. Pues bien, durante diez años se hizo un seguimiento de la salud y el índice de mortalidad de dichos sujetos y el resultado fue el lógico. Cuanta más alta era la frecuencia orgásmica mayor era la probabilidad de seguir vivos y, sobre todo, de hacerlo de una forma más sana.

Dicho finamente: hacerlo a menudo alarga la vida y, sobre todo, te la hace más feliz. Sonará a perogrullada, pero es más cierto que la crisis que nos alumbra. ¡A aplicarse el cuento!



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