1607. Martes, 4 mayo, 2010

Capítulo Milésimo sexcentésimo cuarto: “Encanto es lo que tienen algunos hasta que empiezan a creérselo”. (Simone de Beauvoir, 1908 - 1986; escritora francesa)

Por más escépticos y desconfiados que seamos, todos creemos en algo, necesitamos creer en algo, aunque ese algo no lo hayamos visto ni, lo más seguro, lo lleguemos a ver nunca. Frase filosófica ésta habitual en los manuales de autoayuda (que como todos hemos comprobado alguna vez no sirven para nada) que explicaría el por qué cualquiera es capaz de creer en cualquier estupidez con tal de que le interese hacerlo. Y sí, va de eso.

Resulta que en la corte del rey Jaime I de Inglaterra, en el mil seiscientos y pico, la única manera de saber si una mujer era o no era virgen, ¡con toda la seguridad y confianza, por supuesto!, consistía en mirarle los pechos. Y precisamente por eso, todas las doncellas iban con ellos completamente al descubierto. Cualquier formal y educado caballero de la época sabía que las areolas de los senos se oscurecían cuando las mujeres tenían relaciones sexuales y estas mismas eran de un color mucho más claro si las señoritas eran vírgenes.

Para que luego digan que entratándose de la virtud de la mujer, los hombres siempre han sido desconfiados por naturaleza. Pobres pardillos.



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