1566. Jueves, 25 febrero, 2010

Capítulo Milésimo quingentésimo sexagésimo sexto: “Si nos irradiásemos a nosotros mismo como Hulk, no obtendríamos superpoderes, sino un superpoderoso tumor Jean Giraud, 1938; dibujante francés)

Hay quien tienen verdadera vocación por algo pero al que, tal y como está montado el tinglado (numerus clausus absurdos, exámenes imposibles, economía perjudicada) se le pone bastante cuesta arriba aquello tan sobrevalorado del querer es poder.

Stubbins Flirth, un aspirante a médico en la Filadelfia a principios del siglo XIX, no permitió que su condición de negado –bastante negado- para estudiar, y sus abundantes problemas económicos, entorpeciera su vocación. Seguro de sí mismo, se lanzó a demostrar por su cuenta y riesgo, la tesis de que la fiebre amarilla no era una enfermedad contagiosa. Para ello no tuvo ningún reparo en inyectarse primero, e ingerir después, la orina reciente (tenía que estar aún tíbia como poco) de los enfermos aquejados de dicho mal, acompañada de otras delicatessen entre los que se incluían vómitos, esputos, heces y cualquier otro tipo de fluido que pudiera o pudiese lograr del enfermo... siempre que fueran frescos, o al menos del día. ¡Faltaría!

Dado que la fiebre amarilla sí que es una enfermedad muy contagiosa, lo único que logró demostrar el temerario aspirante, que no llegó a contraerla pese a sus continuos y memorables esfuerzos, es que los milagros médicos sí que existen. Al menos algunas veces.

Sobre todo porque gracias a sus ensayos, le dieron directamente el título de médico. Algo a todas luces injusto. Todo el mundo sabe que a los pobres estudiantes que usan la vía oficial les hacen mil cosas peores. ¡Dónde va a parar!



... el color de los ojos

Todos los "capítulos" de "tantos hombres y tan poco tiempo"

No hay comentarios: