1379. Jueves, 2 abril, 2009

Capítulo Milésimo tricentésimo septuagésimo noveno: “El carácter humano es como una balanza: en un platillo está la mesura, y en el otro la audacia. El mesurado tímido y el audaz indiscreto son balanzas con un brazo, trastos inútiles" (Ángel Ganivet, 1865 - 1898; escritor español)

En los siglos XIV y XV eran muchos los médicos que achacaban, como una de las causas más importantes de la esterilidad femenina, la excesiva belleza.

Según ellos, este tipo de mujeres atraían más sangre hacia las distintas partes de su cuerpo de manera que no les quedaban fluidos libres para ser capaces de formar un posible embrión. Por ello, recomendaban a los jóvenes varones en edad casadera y que gustaran de tener familia, buscar a sus esposas entre señoritas físicamente poco (o nada) agraciadas; unas señoritas (las feas) que se convirtieron así en un preciado objeto de deseo, especialmente entre los nobles linajes de la época deseosos de asegurarse la descendencia al precio que fuera. Mientras, ellas, al grito de la fertilidad de la fea la guapa la desea, dejándose querer tan contentas.

Y es que, antes de que la ciencia destripara algunos de los misterios de la vida con sus maquiavélicos avances, la justicia divina era mucho más equitativa.

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