1335. Miércoles, 28 enero, 2009

Capítulo Milésimo tricentésimo trigésimo quinto: "Cuando apuntas con el dedo, recuerda que otros tres dedos te señalan a ti" (Proverbio inglés)

Dicen las enciclopedias que los escitas, un antiguo pueblo indoeuropeo originario de las estepas del norte del mar Caspio, avanzaron hacia Europa del este hacia el 700 a. C., llevando consigo el uso del cánnabis (cáñamo), que utilizaban como tela, pero, sobre todo, para prepararse unos particulares baños, -las famosas “saunas de cánnabis”- de los que Herodoto cuenta: “...los escitas toman la simiente del cáñamo, se meten debajo de las mantas, y entonces tiran la simiente sobre las piedras calentadas al rojo vivo, y la simiente exhala un perfume y produce tanto vapor que ningún brasero griego podría superar tal cantidad de humo: los escitas aúllan encantados en su baño de vapor”.

Con semejante material de viaje es normal que los cronistas describieran a los escitas como “hombres gordos, pesados y bienhumorados, siempre muy alegres, amantes de los brindis, del baile y de la música, con bastante más tendencia a la diversión que al trabajo, algo que evitan siempre que pueden”.

Pocas cosas eran las que se tomaban en serio. En cierta ocasión, reinando Darío, estaba el ejército persa alineado en correcta formación de ataque frente a unas bandas de escitas agrupados con muy poca formalidad, vociferando y contando chistes, como solían hacer antes del combate. El choque de los dos ejércitos era inminente. Inesperadamente, apareció una liebre corriendo entre las dos formaciones, tal vez asustada por los clarines que alertaban para el combate. Un jinete escita echó a galopar tras ella, ¿quién podía resistir la provocación? Otros lo imitaron enseguida, y muchos más después. A los pocos minutos el ejercito de aquellos impenitentes cazadores desapareció en el horizonte tras la liebre. La tropa de Darío quedó desairadísima, frente a nada, indignados los guerreros con aquellos insensatos que abandonaban algo tan respetable como la guerra sólo para divertirse. Aunque los escitas tenían un motivo de sobra para hacer lo que hicieron; una guerra se encuentra en cualquier momento, pero no siempre le salta a uno una liebre en las narices.

¿Y qué fue de aquellos tipos tan simpáticos, con un sentido del humor tan lúdico y civilizado de la existencia? Pues lo normal en gente así: desaparecieron. Mientras civilizaciones mucho más aburridas llevan tropecientosmil años dando guerra, de los escitas, en cambio, no se volvió a tener noticias después del año 100 a.C.

Siempre se van los mejores.

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