1301. Miércoles, 26 noviembre, 2008

Capítulo Milésimo tricentésimo primero: "Nos gusta llamar testarudez a la perseverancia ajena pero le reservamos el nombre de perseverancia a nuestra testarudez." (Jean-Baptiste Alphonse Karr, 1808-1890; periodista y novelista francés)

Uno, como niño pobre de provincias que fue, (lo de niño ya se me pasó pero lo de pobre aún lo arrastro... mira si no podía haber sido al revés), ha crecido sin muchos ídolos que llevarse a la imaginación.

Cosa bastante comprensible, los héroes de aquélla época en la televisión, una abeja sabelotodo con voz de pito que iba de flor en flor, y una niña mofletuda que no tenía más ocurrencia que ponerle pichí a un pájaro y copo de nieve a una cabra, no casaban bien con la vida real de extrarradio donde el mejor, siempre que el día fuera tranquilo, era aquel que más lejos llegaba meando la tapia de los curas trinitarios.

Quizá por esa carencia afectiva, lógica después de semejante infancia, exista ahora tan poca gente famosa a la que me gustaría parecerme, gente a la que admirar y a la que seguir, ídolos a los que poder imitar y de los que poder decir aquello tan emotivo de "... yo de mayor quiero ser como él".

Y entre esos pocos mi más sincero homenaje a gente –genios sin duda- como Rossini, el famoso compositor, cuya forma de vida debería ser un ejemplo a imitar por cualquier persona humana. Rossini, con fama de sibarita, se retiró, a pesar de estar en la cima del éxito, a los 37 años, justo después de comprobar que ya tenía el suficiente dinero para vivir razonablemente bien hasta su muerte. Y lo hizo por seguir fiel a sus principios, unos principios que fue capaz de resumir en la muy atinada frase: "¡soy vago!" pronunciada la vez en que, mientras escribía acostado, se le cayó una partitura y por no molestarse en cogerla, la abandonó y empezó otra nueva.

¡Ésos son héroes y no los del silencio! Yo de mayor ... como él.

... la "incómoda" muerte de Atila

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