1202. Jueves, 12 junio, 2008

Capítulo Milésimo ducentésimo segundo: “Burro que gran hambre siente, a todo le mete diente” (Refrán español)

El trabajo engorda. Y la afirmación no es gratuita. Trabajar es la principal causa de estrés en la vida diaria de cualquier persona. Cuando nos estresamos se dispara la hormona ACTH, una sustancia que estimula la producción de corticoides, como el cortisol. Ciertas células grasas, concretamente las del abdomen en los hombres y las de las caderas en las mujeres, parecen ser especialmente sensibles a los corticoides por lo que las personas con una alta concentración de estas hormonas tienden a engordar en estas zonas.

Pero, sobre todo, el peligro del estrés producido por el trabajo está en que se consume la serotonina, la hormona cerebral de la satisfacción, y eso tiene dos consecuencias nefastas que influyen en la dieta: por un lado, el descenso de la serotonia provoca al final del día una gran necesidad de comer, sobre todo hidratos de carbono u otros alimentos apetecibles pero poco saludables (el cuerpo procesa mal los carbohidratos después de las ocho de la tarde porque nuestro metabolismo funciona más lentamente), de picotear con ansia y de tragar como un lobo hambriento cualquier cosa. Por otro lado, esa tensión y el estrés acumulado a lo largo de día provocan una necesidad de autocompensación que se satisface fundamentalmente de dos formas: con la comida y con el sedentarismo.

La lógica se impone: dejar de trabajar mientras uno esté realizando una dieta debería de ser una medida de acompañamiento obligatoria de ésta. No puede ser que nos estén pidiendo que llevemos una vida sana y saludable y que nos esforcemos en mantener un peso correcto mientras se empeñan en que mantengamos uno de los hábitos que más contribuyen a deteriorar nuestra salud, trabajar.

... teflón

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