1189. Lunes, 26 mayo, 2008

Capítulo Milésimo centésimo octogésimo noveno: "Os debo una explicación, y como alcalde vuestro que soy os la voy a dar porque os la debo" (Bienvenido, Mister Marshall, Luis García Berlanga, 1952)

El primer Faraón que sintió la necesidad de prepararse un alojamiento digo de su propia importancia, ordenó a sus arquitectos que planearan algo original que llamara la atención, algo distinto a las tumbas de los insignificantes faraones anteriores, para quienes una losa con su nombre esculpido en graciosos jeroglífico era más que suficiente.

Los arquitectos, que nunca se habían enfrentado a un problema semejante, ordenaron, para ganar tiempo, que trajeran piedras en abundancia y las fueran amontonando, que luego ya verían lo que se les ocurría. La gente egipcia, orgullosa de contribuir con su esfuerzo a lo que sin duda iba a ser una asombrosa obra de arte y, por si fuera poco, morada última de su amadísimo Faraón, acarreado millones de pedruscos y los fueron colocando ordenadamente amontonados al borde del desierto.

Los años pasaban y a los arquitectos no se les ocurría nada que valiera la pena, con lo que seguían sin tener la menor idea de lo que podían hacer con aquel material, que ya constituía el montón de piedras más grande del mundo. Apremiados por el Faraón, que se impacientaba, y con razón, ordenaron, por ordenar algo, que le afilaran la punta.

Entre unas cosas y otras, el Faraón murió antes de que se empezaran los cimientos de su tumba y, a falta de otra cosa mejor, fue sepultado en aquella montaña de piedra, donde se abrió apresuradamente un agujero al efecto.

Fue un éxito. La gente aprecia mucho más las obras por su tamaño y aquélla tenía un tamaño nunca visto. Los faraones siguientes quisieron tener también su montón de piedras, que ya por entonces era llamado pirámide por los intelectuales, y todos mandaban construir la suya: era lo primero que ordenaban en cuanto se sentaban en el trono. Así, un insulso montón de piedras que esperaba mejor destino se había convertido de casualidad en un monumento prácticamente indestructible e inamovible. Tan inamovible que ni siquiera pudieron llevarse una al museo británico, que ya es el colmo. Por cierto, que algunos ingeniosos tratadistas de lo esotérico pretenden que las pirámides poseen virtudes desconocidas, secretos mágicos, propiedades misteriosas y efectos especiales. Algo misterioso tiene que haber, sin duda. De otra manera no se explica la nombradía y el respeto que han alcanzado estos insustanciales poliedros.

Ésa es, por más que intenten esconderla, la verdadera historia de este tipo de construcciones. Ni más, ni menos.

... nylon.

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