1165. Jueves, 17 abril, 2008

Capítulo Milésimo centésimo sexagésimo quinto: "Todos los cerebros del mundo son impotentes contra cualquier estupidez que esté de moda". (Jean de La Fontaine, 1621-1695; poeta francés)

Ayer tuvimos una reunión para, según la convocatoria, "Implementar nuevos criterios de trabajo". Ni idea del significado de la palabra al entrar (aunque muy bueno no podía ser si iba en la misma frase que "trabajo") y ni idea al salir. Los psicólogos que lo invaden todo; son los nuevos sastres del cuento aquel en el que nadie se atrevía a decirle al emperador que no llevaba traje después de que ellos se encargaran de vender que sólo los listos y modernos podían verlo.

No es la primera vez que nos cazan. Suele pasar un par de veces al año coincidiendo -casualmente- con que algún amigo de quien decide estas cosas crea un programa informático repleto de gráficos naif (así se ahorran un dibujante) y unas casillas cada vez más pequeñas en las que poner crucecitas.

Aunque todos sabemos que ni tan siquiera lo leen, siempre tragamos sin rechistar la hora y media larga de explicaciones sobre lo importante que resulta para el futuro del hambre en el mundo, el entendimiento entre civilizaciones y hasta para el cambio climático, pensar bien cada respuesta antes de contestarla. Luego, todo se reduce a hacer una quiniela rebosante de empates, pero -y ahí sí los entiendo-, no sería políticamente correcto si no adornaran la historia con "gestiones globales", "establecimiento de directrices" y otras frases comodín sacadas de "cómo hablar cuatro horas sin decir nada"

De todas formas hay que reconocer que queda bien, nos hace sentir modernos y además ampliamos el vocabulario técnico. Y eso siempre es bueno para moverse por la vida. Además, esta vez ha sido la reunión a la que más gente ha asistido y aunque las malas lenguas digan lo contrario, yo estoy completamente seguro de que no tenía nada que ver con que fuera la primera a la que asistía la flamante nueva subdirectora, ascendida desde sus tareas administrativas gracias a un romántico calentón -que todavía dura- con el jefe.

Es el amor que rompe barreras.

... bodrio.

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