1106. Martes, 15 enero, 2008

Capítulo Milésimo centésimo sexto: "Adopta el paso de la naturaleza: su secreto es la paciencia" (Ralph W. Emerson, 1803-1882; escritor estadounidense)

Hay una planta trepadora, la enredadera de la Pasión, cuyas hojas son una verdadera exquisitez gastronómica para ciertas mariposas. Bueno, exactamente para las mariposas no, más bien para las orugas que más tarde se convertirán en mariposas. Para defenderse de bichitos tan glotones la enredadera sintetiza un veneno natural, una especie de ácido cianhídrico, que evita que los insaciables gusanos acaben con sus hojas. Con el tiempo han aprendido que si las comen mueren y, por la cuenta que les tiene, no prueban bocado.

Pero hete aquí que una subespecie de mariposa, la Heliconius, algo más lista que las demás, se ha hecho resistente contra ese veneno, de modo y manera que la muy ladina pone sus huevos en la enredadera sabiendo así que a sus hijas orugas no sólo no les va a faltar comida para pegarse los atracones que quieran en cuanto salgan de los huevos sino que, además, ninguna otra oruga que no sea de la familia les hará la competencia.

Claro que tampoco la planta de la Pasión se ha quedado con las hojas cruzadas ante la escaramuza de la Heliconius, ¡faltaría! y se ha buscado una sutil forma de contraataque. Resulta que las orugas Heliconius, como muchas otras orugas, son carnívoras y además de engullir las hojas de la planta, se tragan todo lo que se les ponga por delante, incluidas otras orugas más pequeñas. Para evitar estos problemas, las madres mariposas ponen los huevos lo más aislados posibles, de uno en uno y siempre separados por el suficiente espacio para que la primera oruga que aparezca no devore a las que empiezan a nacer después. Y es precisamente esa condición la que aprovecha la planta de la Pasión para defenderse realizando una verdadera obra maestra de falsificación natural: llena sus propios tallos de diminutas protuberancias de color amarillo y punta traslúcida en una copia perfecta de los huevos que pondría la mariposa. Así, cuando la Heliconia se encuentra que todo el espacio de la planta está ya ocupado por los huevos de otra de sus congéneres, se marcha rapidamente a buscar enredaderas más despejadas.

La historia podría quedarse en un bonito y hasta enternecedor cuento sobre los desvelos de las plantitas y los bichitos para sobrevivir, pero como ayer cuando estaba leyendo la historia debía de tener el momento metafísico de la tarde (por algo tenía de fondo en la televisión a a Bob Esponja), acabe pensando en por qué si la naturaleza se toma tanto trabajo en diseñar estrategias de supervivencia en una simple planta, se ha olvidado de hacerlo en los que tan pomposamente nos definimos como hombres pensantes. Si un maldito vegetal es capaz de organizarse la vida tan ricamente (y tanto la mariposa como la enredadera parecen saber a la perfección lo que les conviene) ¿por qué nosotros, supuestos reyes de la creación, nos montamos tan rematadamente mal nuestra existencia?

Al menos saqué una cosa clara: somos bastante más tontos que un simple hierbajo trepador.

... cremalleras.

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