1070. Jueves, 8 noviembre, 2007

Capítulo Milésimo septuagésimo: "Hay personas que por mucho que envejezcan, jamás pierden su belleza; solo se les pasa de la cara al corazón." (Martin Buxbaum 1912, escritor norteamericano).

La mayoría de los estudios ponen el acento en la armonía, pero el canon de belleza se ha transformado en tantas ocasiones que resulta difícil creer que se adapte a un único molde. Lo único seguro es que siempre se ha considerado bello aquello que era escaso. En periodos de hambruna, los cuerpos rollizos eran considerados hermosos; cuando la mayor parte de hombres y mujeres trabajaba en el campo, la palidez constituía un rasgo de hermosura; hoy, cuando todos trabajan en una oficina, resulta deseable estar bronceado; en los años 20 del pasado siglo estuvo de moda el aspecto andrógino, muy acorde con una moral hedonista que toleraba la homosexualidad y la bisexualidad; alrededor de los 50, el ideal eran mujeres pechugonas, puesto que no había nada más importante en la vida que encontrar marido y tener hijos. Hoy en día, la belleza se ha globalizado y los individuos tratan de acercarse al modelo caucasiano, es decir, la belleza anglosajona, que prescinde de viejos, gordos, negros, asiáticos, calvos, bajos y un largo etcétera de rasgos propios de la libertad individual. Una búsqueda para lo que no se encomiendan ni a dios ni al diablo a la hora de usar cualquier método que pueda acercarles a ella.

Pero, en contra de las apariencias, la cirugía plástica no es un fenómeno del siglo XX. Se conservan descripciones de correcciones nasales y tratamientos de cicatrices que se remontan al Antiguo Egipto, y ya en el siglo VII, el médico alejandrino Pablo de Aegina desarrolló un sistema para extraer los pechos a los hombres, cuestión estética por tratados de la época como problema médico. Tampoco es nueva la liposucción, pues Plinio el Viejo, en el primer siglo después de Cristo, ya describe una "cura heroica de la obesidad" al hijo de un cónsul.

Pero a lo que iba que me desparramado. Salvo algunas excepciones y hasta que en el siglo XX y por su falta de autoestima las mujeres se lanzaran en masa a operarse de todo menos del cerebro, todos los pacientes de la cirugía plástica fueron hombres. De hecho, el verdadero motor de la cirugía estética llegó en el Renacimiento con la aparición de la sífilis epidémica, una enfermedad venérea importada del continente americano. La misión de la nueva cirugía decorativa era reconstruir la nariz de los sifilíticos, que quedaba carcomida o desaparecía por culpa de la enfermedad. Una cirugía que se transmitía de padres a hijos con beneficios muy lucrativos y que se guardó en secreto hasta que el profesor Gaspare Tagliacozzi documentó e ilustró por primera vez una intervención nasal en 1597.

Por cierto una operación que, aunque nuca dejó de practicarse, fue prohibida por la Iglesia Católica a la que no le acababa de convencer la idea de que los médicos rectificaran quirúrgicamente las cicatrices y deformaciones que causaba una enfermedad como la sífilis. El Vaticano condenó oficialmente la "cirugía decorativa" -y las lecciones de Tagliacozzi se "olvidaron"- porque eran una interferencia humana en el reino del castigo divino. Pero tranquilos, no voy a ponerme ahora a soltar el habitual sermón sobre esa manía que tienen estos señores en ni vivir ni dejar vivir, o sobre su obsesión por meterse en todo dando opiniones sin que les concierna el tema o sea asunto suyo. Hoy no. Gracias a ellos mañana es ... !fiesta! y ese es un regalo capaz de apartar cualquier diferencia. Deberían de pensarse el poner más. Yo al menos les estaría profundamente agradecido. Hasta el lunes.

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