926. Martes, 27 febrero, 2007

Capítulo Noningentésimo vigésimo sexto: "Que peligroso cuando los diseñadores usan una lengua que la gente no puede entender". (Paula Scher, 1948, diseñadora gráfica estadounidense)

Vamos que sí, que no era más que una adaptación de el traje del emperador en versión moderna. Aunque mi boca nunca hubiera dicho nada, mi culo puede dar buena fe de ello . Por fin alguien se ha atrevido a decirlo: la silla que tiene mi amadísimo jefe en su despacho y en la que tengo que esperar cada vez que quiero algo de él y está colgado al teléfono será muy elegante, muy moderna, muy mundana, pero también es un potro de tortura.

Witold Rybczynski, un catedrático de arquitectura que en su libro "La casa. Historia de una idea", explica por qué la silla Wassily, creada por Marcel Breuer en 1926 y considerada como un icono sagrado de diseño moderno, no cumple con la primera obligación de toda silla: que sirva para sentarse de una forma medianamente cómoda.

"lo agudo del ángulo del asiento hace que resulte imposible sentarse en ninguna postura salvo la repatingada.; si trata uno de adelantarse para alcanzar una taza de café, se encuentra desagradablemente apoyado en el borde rígido del asiento. Si se da uno la vuelta de lado, los brazos brindan escaso apoyo. Como el respaldo y el asiento son planos, desalientan los movimientos. Si se doblan las rodillas, los muslos ya no apoyan en el asiento teso, que también le impide a uno estirar la piernas. Al cabo de un rato, el borde se introduce dolorosamente en la parte de debajo de los muslos. Es una butaca en la que uno no puede estar cómodo más de 30 minutos".

Yo seré muy de pueblo y, posiblemente, no estaré acostumbrado a modernos sibaritismos de diseño, pero por mucho que intenten convencerme de sus ventajas, digo yo que casi todos nos sentamos con el culo. Y un culo es como es y encaja como encaja. ¿Verdad?


... un alquiler reversible

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